No camino como cualquier hombre por esta ciudad estéril. Muevo mis ojos por cada rincón, trepo las paredes de concreto con mi mirada, me entusiasmo observando el cielo. Mi musa no esta. La señal de la extraña mujer no había sido cierta nuevamente. Se suponía que la joven era la última oportunidad para encontrarla.
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Los caminos describen historias, cada uno de ellos. Los hay de varias formas, cada uno con su recorrido. Pueden ser anchos, transitados por varias personas esperando algo de su vida. Los hay con curvas, zigzagueantes, dispuestos para cualquier poeta que busca inspiración. Los hay estrechos. Gabriel camina por uno de estos, estudia cada una de sus baldosas, observa la nada, analiza la nada y se deja llevar por un ser a quien nunca quiso hablar.
Salio de la habitación lentamente, en una vorágine de pensamientos, sin encontrarla. Sin encontrar a quien cree su musa. Nunca entendió quien era yo la clave. Nunca pregunto quien era yo.
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-Hola. Mi nombre es Sara, te estaba esperando Gabriel – dijo sin titubear y con su hermosa sonrisa.
Se a quien buscas, se que es lo que buscas. Deberías preguntarte realmente si quieres encontrarla, si alguna vez haz tratado de hacerlo. – Prosiguió
No era momento de averiguar quien era Sara, su voz no daba paso a la duda sabia quien era yo, sabia a quien buscaba. Y sin dudarlo, deje que siga con su relato
_Gabriel, tres jóvenes mujeres son quienes darán respuesta a tus dudas, cada uno de ellas tiene algo en especial, ya las descubrirás. Solo de vos depende encontrar en ellas la respuesta.
Sara me entrego cuatro papeles, un sobre y un pequeño trozo de diario de un papel raro con el anuncio de una muerte. Se marcho rápidamente
Agarre el primer sobre con mi mano y lo abrí lenta y prolijamente. Una dirección y una foto de la joven más hermosa y celestial que habría podido imaginar cualquier hombre, de rasgos gitanos y ojos miel. Era momento de encontrarla, de saber que podía aportar a mi búsqueda.
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La ciudad alejaba sus luces de mi rostro, cuando el agudo sonido del violín redundante la mostró a ella y a la luz. Sara estaba allí sonriendo de furia, mostrándose como nunca antes. Me miró y se alejó rápidamente, no hacía falta que intente seguirla, mi enfermedad no me lo habría permitido.